El transporte público. Medio de movilización odiado por unos, evitado por otros, pero necesitado por todos en alguna etapa de su vida.Al dirigirme caminando al lugar en el que me corresponde tomar el bus que me llevará a mi destino, pienso que al igual que los días anteriores, la mañana se revela con cierto aire húmedo que anuncia una precipitación sobre la ciudad en las horas venideras. Cruzo la calle, y al subir al andén, divisó a lo lejos los colores característicos de mi línea de bus, ya que las letras son todavía borrosas para mí a esa distancia y más con las dioptrías negativas que poseo, y que insisten en aumentar sin que yo me percate de ello. Al acercarse mi vehículo, decido detenerlo, digo decido, porque en primera instancia, tengo el poder de frenar a mi carruaje con solo levantar levemente mi brazo, sin importar la velocidad que este tenga previamente. En segunda instancia, porque mi ciudad a diferencia de otras que conozco, tiene la ventaja de brindarle a sus ciudadanos la cortesía de poder detener a sus buses en el lugar que les parezca más conveniente. Aunque eso signifique que en algunas ocasiones, el conductor tenga también la cortesía de dejarte descender de su bus en la mitad de una calle.
Luego de subir, selecciono mi asiento cuidadosamente, teniendo en cuenta tanto ventilación como la dirección de los rayos solares a esa hora. Pienso que a pesar de llevar a cabo mi rutina diaria, no se aún con quien voy hablar, a quien voy a ver, si estaré de buen humor o si los hechos conspirarán en contra de mi estabilidad.
Miro por la ventana. Aún es temprano. Sobre las terrazas de algunos locales cerrados todavía duermen los que no encontraron otro lugar mejor para pasar la noche, cuento uno, dos, tres y van aumentando al mismo tiempo que disminuye la numeración de las calles de la ciudad. Me llama la atención uno de estos hombres en especial: el tiene mucha más edad que los otros, tiene barba gris, se acaba de levantar y se esta mirando detenidamente su mentón en un pequeño fragmento de el que alguna vez fue un espejo completo y tiene la concentración de quien se levanta en su propia casa a afeitarse como todos los días. Ahora me dirijo hacia el suroeste, es una calle amplia y como todas las mañanas, hay una aglomeración de gente frente al puesto de venta de periódicos, algunos van caminando, otros en sus bicicletas y otros a medio parar en sus motos, todos comentando las judiciales del día de hoy.
Cada cierto número de cuadras ascienden al igual que yo lo hice, personas dedicadas a la venta o a la comunicación de sus experiencias de vida. El primero de ellos, reparte cuchillos de cocina envueltos en un cartón, promocionado por el vendedor como poseedores de un filo perpetuo, y yo, al ver que todos adquirían armas cortopunzantes a mi alrededor gustosa acepte su ofrecimiento para poder defenderme en caso de una querella.
Alguien se sienta a mi lado, es un hombre, de unos 30 o más años. Al bajar la mirada, el vislumbra el blanco de mi bata por debajo de mi maletín, y de manera automática, parece resolver en su mente una inquietud que le preocupaba, saca un examen arrugado de su bolsillo, y me pide cortésmente que le explique el significado del procedimiento allí descrito, que curará el dolor que lo aqueja últimamente y del cual no obtuvo explicación en el lugar del que venía. La conversación finaliza con agradecimientos y con una invitación gratuita a un billar del norte de la ciudad, del que el es administrador.
No solo durante este viaje de ida, sino en el de venida (al cual no me referiré con más detalles), pude observar y contemplar a un gran número de personas diferentes, dirigiéndose a sus lugares de trabajo, a sus casas, acompañados o solos, dormidos o cantando entre labios las canciones de las emisoras. Ví gente gritarse entre si, gente dentro de sus carros pensando que nadie los observaba mientras se hurgaban la nariz, ví gente tropezar con los andenes, y gente de espaldas y de frente a las paredillas acudiendo al llamado de la naturaleza; gente hablando por celular, gente caminando de la mano y al final, ví también ríos sobre el pavimento (Ya que llovió en el viaje de venida).
Y todo esto por la módica suma de 1000 pesos.
Melina Patiño Ruiz
1 comentario:
Una excelente mezcla de humor y realidad, las metaforas no existen aqui, tu poder descriptivo entre otras cosas muy inteligente atrapan a cualquiera y le dan la mas nitida de las imagenes de lo que viste ese dia. simplemente EXCELENTE!, DON'T STOP!
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